Migración de escrúpulos XXXX
Hace cinco años tuve el privilegio de entrevistar a Tomás Eloy Martínez con motivo de su novela EL Vuelo de La Reina. Los aciagos delirios de poder de su alter ego, Camargo, lo hicieron ganar el premio Alfaguara en el 2002. Nada mal para un personaje de inteligencia preclara, verbo despiadado y ademanes de rey depuesto. Con la mano apoyada en la barbilla, no dejaba de mirarme fijamente intentanto escrutar en mí lo que aún no tenía (ni creo que tendré): malicia. Quizás intentaba usarme de espejo.
“Falta media hora para la entrevista… ¡Mandemos a Ytaelena!” De esa manera terminé yo frente a Tomás Eloy, sin haberme terminado de leer la novela. ¡Coño! Al parecer la editorial mandó el libro a la redacción de El Universal, donde desapareció misteriosamente.
Pero sabía de qué se trataba… de un editor de periódicos con mucho poder, demasiado ego y pocos escrúpulos.
Casi como él. Casi, pero no. ¿En qué punto divergen? En que uno perdió la fé en la gente, pero no en la profesión. El otro, al revés. ¿O lo mismo?
Lo miraba fascinada. Me atraía y asustaba al mismo tiempo.
No quiero discutir cosas obvias como su prólijo talento o su trayectoria. Tan sólo es una anecdota incidental de una periodista más que se la terminará llevando el tiempo.
Como lo recuerdo, lo primero que hizo Tomas Eloy es hacerme caer en mi amor propio, darme lecciones de periodismo como si fuera Camacho, luego ofrecerme una mano condescendiente para luego usarme de vehículo para propagar sus “bolas periodísticas“. Con su currículum, se puede permitir esa clase de lujos. Yo, caída de la mata a más no poder, llegué a la redacción con un cargamento de chismes esperado de antemano.
En aquel tiempo, el periodismo era lo suficientemente sabio para ser malvado.
¡Ah, cómo lo extraño!
(El dibujo es mío, jejeje)
Tapping Yta 